miércoles, 26 de septiembre de 2012

Populismo y política: Construyendo las demandas populares y la democracia radical

¿Qué es el populismo? Esta pregunta ha llevado de cabeza a distintos politólogos, sociólogos o periodistas que han definido un concepto ambiguo, y que sin duda, su significado ha sido incluso una disputa política permanente. Las definiciones que se han consolidado relacionan el populismo con el engaño, usando al pueblo, una masa perdida, a través de consignas y promesas para llegar al poder, como también la realización de políticas que plantean una redistribución de la riqueza, sin modificar el sistema dominante.
A diferencia de este clásico planteamiento, vamos a definir al populismo en base a la redefinición que hizo Ernesto Laclau. Este en un contexto en que la izquierda se veía sumida bajo el influjo de la experiencia soviética y del eurocomunismo, retomó un viejo debate, que ya había tratado en 1978 con su “Política e ideología en la teoría marxista”, como es el populismo, dándole un nuevo enfoque en sus posteriores escritos a raíz del desarrollo del concepto desde el postestructuralismo, junto con Chantal Mouffe.

Hegemonía y discurso

El pensamiento de Laclau se constituye en base a una lectura crítica de la modernidad, huyendo de los esencialismos que habían dominado desde la irrupción de la ilustración, y que habían marcado las teorías e investigaciones dentro de las ciencias sociales históricamente, con algunas excepciones. 
Para ello Laclau y Mouffe se valen de distintos conceptos clave para desarrollar su teoría, en los que destacan el término gramsciano hegemonía, y el discurso, para darle una nueva visión al mundo de lo político.
Para contextualizar, para Gramsci el concepto de hegemonía tenía que ver con la universalidad de una propuesta política, concebida esta como un momento político y no como una reconciliación de la sociedad con su propia esencia. Gramsci planteó que inversamente a lo expuesto por Marx y Hegel, no es tanto que exista una subordinación de la superestructura a la estructura, sino que la dominación y el ejercicio de la hegemonía se da en lo superestructural. Por ello el propio Gramsci propuso que la única universalidad que la sociedad puede lograr es una universalidad hegemónica contaminada por la particularidad. 
En otras palabras, la hegemonía depende de que un sector social particular, para su éxito, pueda presentar sus objetivos propios como aquellos que hacen posible la realización de los objetivos universales de la comunidad, quedando claro entonces, que esta identificación no es la simple prolongación de un sistema institucional de dominación sino que por el contrario, toda expansión de esa dominación presupone el éxito de esa articulación entre universalidad y particularidad.

En el caso de Gramsci, esta universalidad hegemónica, tiene que darse desde la particularidad obrera, y de la lucha de esta misma, como clase social por su emancipación. En este aspecto la dominación de clase no descansa solamente en los procedimientos coercitivos sino, de manera fundamental, en la dirección cultural y política de la sociedad, en la contaminación ideológica de todo el sistema social, por ello el triunfo se da en tanto que las clases subordinadas ganen la batalla a nivel de la sociedad civil dentro de la superestructura. Sin embargo a diferencia de Gramsci para Laclau, la hegemonía no se da desde el proletariado, como algo objetivo y premoldeado, hacia la emancipación de esta misma, sino que se da desde las distintas demandas que surgen desde la sociedad, particularidades las cuales son contingentes, ya que, según esta visión, no existe a priori un sujeto histórico ni social, más bien, cada construcción de un actor popular es resultante de una acción de articulación política concreta que nombra e inviste afectivamente. No obstante para que haya hegemonía, debe superarse la dicotomía universalidad /particularidad, encarnando y subvirtiendo una particularidad, que disputa la hegemonía.
Laclau piensa las identidades populares en torno a las demandas particulares de la sociedad y deja de lado al supuesto sujeto premoldeado que debería ser el proletariado. Hay que destacar que esta lectura de hegemonía se va constituyendo a partir de la teoría del discurso que elaboran ambos autores (Laclau y Mouffe), en donde exponen que el concepto de hegemonía como marco de referencia es ahora un significado inestable y que cobra relevancia para explicar las identidades y subjetividades políticas.
Es por ello que desarrollan su perspectiva desde el análisis del discurso, siendo este parte constitutiva del sujeto popular. Para la teoría del discurso político “discurso” es “una construcción social y política que establece un sistema de relaciones entre diferentes objetos y prácticas e investiga la manera en que las prácticas sociales articulan y presentan los discursos que constituyen la realidad social.

Siguiendo esta teoría, la teoría del discurso, es la ontología de lo político, ya que supone una visión abierta de la sociedad y postula un conjunto de categorías por las cuales la identidad de los actores se construye de manera paralela a la “sutura” de la sociedad. En este sentido, para Laclau, los significados se construyen momentáneamente cuando se enuncian en un momento determinado, pero esta significación no es algo fijo, sino que se encuentra en constante cambio, es fluctuante. Por ello, para Laclau los conceptos no son fijos, sino más bien inestables e irrumpen en el tiempo de la historia para fragmentar la realidad social en discursos que se dislocan. En este aspecto toda identidad es dislocada en la medida que depende de un afuera que niega esa identidad y provee su condición de posibilidad al mismo tiempo. Pero esto en sí mismo significa que los efectos de la dislocación deben ser contradictorios. Si por un lado ellos amenazan identidades, por el otro, ellos son los fundamentos sobre los cuales nuevas identidades son constituidas .

Teorizando el Populismo

Siguiendo la teorización, una vez expuesto su enfoque teórico, Laclau presenta dos modos de pensar la política: la lógica populista o de la equivalencia y la lógica democrática o de la diferencia. La primera presupone que existe una división social entre quienes efectúan las demandas sociales y quienes deben satisfacerlas. La “lógica de la equivalencia” se refiere a la construcción de identidades políticas a partir del desdibujamiento del elemento diferencial y particular que tiene la identidad de cada actor social y el surgimiento de una cierta igualdad entre ellas, es decir la comunión de distintas demandas percibidas como tales, frente a la existencia de un antagonismo identificado. Si en un momento histórico dado un conjunto determinado de actores sociales percibe o se representa a otro u otros actores como una “amenaza” a su identidad, el elemento o propiedad que diferencia a estos actores amenazados pasa a un segundo plano en relación con lo que los equivalencia o une. Por el contrario, para la lógica democrática cualquier demanda legítima puede ser satisfecha de manera no antagónica, a través de las instituciones existentes, permaneciendo aisladas estas demandas de lo que sería una articulación populista.

Por ello los significantes institucionales, intentan hacer coincidir los limites de la formación discursiva con los de la comunidad, a diferencia del populismo que se constituye en tanto que se identifican dos campos antagónicos. De esta forma un discurso hegemónico puede lograr estabilizar por un momento el significado, configurando así en una “unidad fugaz”, identificando a un enemigo discursivo, antagónico. Por ello palabras como libertad, pueblo o igualdad, usadas constantemente en discursos políticos, no son más que significantes vacíos, los cuales se llenan de significado dependiendo el contexto y el actor que lo nombre, para unificar un sentido político determinado, enfrentado a otro grupo social. El surgimiento de un lider que apela al pueblo y sus reivindicaciones es pues, parte de este momento de universalidad, en que las demandas populares han sido unificadas, pero esto no ocurre sólo con un líder o partido político, pues esta unificación también incluye a movimientos sociales y populares, viendo así al populismo como una respuesta popular a un sistema excluyente, y no tanto a un discurso engañoso o a unas políticas redistributivas.

Lo popular y el sistema dominante

Existe pues entre lo populista y lo institucional una relación constante, ya que el populismo no deja de utilizar lo institucional, pero lo que quiebra de éste es la noción de que todo cabe en él, de que puede dar respuesta a todo, de que funciona prácticamente sólo, precisamente como si fuera un mecanismo inanimado que una vez puesto en marcha ya va solo. La ruptura con lo institucional es más simbólica, sin por eso no ser material, en el sentido de que en clave de identidad rompe con el imaginario de que lo institucional es neutro, siempre ampliable e inclusivo. Viendo al populismo en estos términos se denuncia  ese aparato institucional como un orden, que por tanto no puede ser neutral y tiene entonces beneficiarios y perjudicados.

Y es en esta lucha contra la neutralidad y los significados de un sistema determinado, que se inserta esta visión crítica de la modernidad. Porque más allá del estigma que persigue al populismo, este no deja de ser una demostración, de que la sociedad cerrada en donde todas las demandas de la sociedad se puedan incluir y satisfacer es un mito, ya que la neutralidad no existe, y todo sistema institucional responde a unas relaciones de poder, y es a través de la construcción de estas demandas populares y de nuevas identidades políticas críticas con el sistema, que se basa la política,  llevándonos a pensar la democracia de manera más radical. Porque más que el clásico análisis que presenta a la sociedad como una masa manipulable, habría que empezar a ver a la sociedad como a sujetos políticos contingentes.

En la actualidad, como en otros tiempos, habría que resaltar que en las sociedades en las que vivimos, basadas en unas relaciones de poder determinadas, existen permanentes desigualdades, y las demandas de la población están orientadas en algunos casos en harmonía con los propios intereses de los beneficiados por el sistema, siendo en la actualidad el neoliberalismo el gran triunfador, el cual ostenta la hegemonía. La perversión del capitalismo es tal, que las propias demandas que se gestan dentro de la sociedad, se incluyen dentro de la lógica capitalista y eurocéntrica, con lo que muchas demandas populares se presentan precisamente para más capitalismo o más represión, gracias a un sistema que se retroalimenta apoyado por los medios de comunicación privados y las empresas corporativas. Aún y así, la acumulación de demandas contrarias a este sistema se van sucediendo, pues ejemplos como el 15M (Indignados) en el Estado Español, el MST (Movimento dos trebalhadores rurais sem terra) en Brasil o el Yo soy 132 en México, nos evidencian que la sociedad precisamente no está cerrada y existen discursos alternativos que plantean soluciones a las grietas del sistema neoliberal. Por todo esto, la lucha por los sentidos políticos y la construcción del "pueblo" de nuestras sociedades está servida.