La crisis del sistema de Bretton Woods, en 1971, llevó a los EEUU y a los países aliados a situaciones de inestabilidad por los tipos de cambio flexibles y el abandono del patrón oro. Así mismo, la adhesión de Gran Bretaña, Dinamarca e Irlanda a la Comunidad Europea (CE) en 1973 contribuyó al aumento del comercio de la CE en detrimento del peso de EUA en este ámbito. A ello se le añadió la crisis de petróleo, iniciada en el mismo año; la prueba nuclear de un país no signatario del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), Índia, en 1974; y el final de la Guerra de Vietnam, en 1975, que fue una gran derrota en la historia militar de EUA, quien había participado apoyando a la República de Vietnam. Todos estos sucesos surgidos uno tras otro, fueron un caldo de cultivo que provocó que, ante la inestabilidad mundial del momento, las principales potencias del sistema internacional se reunieran para tomar cartas en el asunto.
En 1973, en este contexto de Guerra Fría, el Secretario del Tesoro de EUA, George Shultz, reunió a los ministros de finanzas de Gran Bretaña, Alemania, EUA, Francia y Japón. El lugar elegido de la reunión fue la biblioteca de la Casa Blanca y por esta razón se conoce al grupo con el nombre “The Library Group”. No se trató de un grupo formal –entendido en el contexto de informalidad de los grupos G- hasta la celebración de la Cumbre del Banco Mundial (BM) y del Fondo Monetario Internacional (FMI) que tuvo lugar en Nairobi en 1974 durante la cual el grupo se constituyó como el G5.
En 1975, en Rambouillet (Francia), el Grupo celebró su primera Cumbre durante la cual se añadió Italia como miembro de pleno derecho. Un año después, en 1976, durante la Cumbre de los 6 en San Juan (Puerto Rico), Canadá se añadió como miembro de pleno derecho al grupo, constituyéndose así, el Grupo de los Siete, G7. Unos años más tarde, durante la cumbre de Nápoles en 1994, y en un contexto de post-Guerra Fría, Rusia fue invitado como miembro observador del grupo, y en 1998, durante la Cumbre de Birmingham, fue aceptada como miembro de pleno derecho.
Respecto a esta última incorporación hay que decir que, dadas las características de este actor (en el momento de su adhesión Rusia no era una economía fuerte ni tenía una democracia occidental) algunos teóricos como Irene Khan, de Amnistía Internacional, apuntaron que la invitación para que formase parte del G7 se trató más de un gesto hacia el entonces presidente ruso Boris Yelstin, por gentileza de Bill Clinton, que no de un acto justificado internacionalmente. A partir de este momento debemos referirnos al grupo como G7+Rusia.
La llegada del G-20
La crisis asiática, con epicentro en Tailandia, de 1997-1998 y la cual fue considerada la primera gran crisis de la globalización, preanunció la crisis de 2001-2002 de la economía global y las cuantiosas pérdidas del capital accionario y especulativo en las principales plazas financieras del mundo, desenlace que confluyó con la propia crisis de las principales organizaciones económicas multilaterales. El FMI perdió el rumbo ante el fracaso de sus políticas frente a la crisis asiática primero y la Argentina después, y la OMC quedó paralizada después del fracaso de la reunión
ministerial de Seattle en 1999.
Todo esto fue caldo de cultivo (nuevamente) para que se creara un grupo como el G-20. Al mismo tiempo otros países de la periferia estaban surgiendo como actores importantes económicamente hablando, son sobretodo relevantes los casos de China, Brasil e India y, entonces, se entendió que para estabilizar la economía mundial, había que tener en cuenta a estas nuevas economías emergentes, y que por lo tanto las decisiones ya no podían determinarse solo entre los países del centro del sistema (G-7).
¿Qué significó y significa la aparición de estos grupos?
Que las principales discusiones que afectan al devenir de la gobernanza global, se dan en un marco reducido (club selecto) que integra a 19 países más la UE. Estos grupos como el G-7/G-8 o el G-20 son cumbres de consultas ad-hoc, donde se discute de manera informal temas de actualidad, y son marcos en donde no hay mecanismos de adopción de decisiones ni se llega a acuerdos vinculantes.
Además, hay que destacar como la proliferación de marcos de negociación, fuera de los organismos internacionales, desestabilizan los mecanismos regulados de adopción de decisiones de estos mismos, ejemplo de ello sería el papel que juega el G-20 dentro de la Ronda de Doha, y la evidencia de ello es que de los 147 miembros actuales de la OMC, no son más de 30 los países que negocian en la mesa chica, en Nueva Delhi, la cual procura destrabar la Ronda de Doha. Entre ellos se sientan los mencionados líderes del G-20 y actúan bajo lo “acordado” fuera del marco de la OMC. Aún y así no se ha conseguido sacar adelante la citada Ronda de Doha, y sigue estancado el proceso de liberalización de los mercados mundiales, ya que nada de lo que se ha discutido en el Grupo permite presuponer que el foro pueda ser capaz de presionar a la Unión Europea o a Estados Unidos para que disminuyan sus propias políticas proteccionistas.
Estos espacios no formalizados a su vez, ponen en cuestión instituciones como la ONU, la cual no está resultando ser el marco de diálogo habitual para los temas sobre la gobernanza global, que aún y tener los problemas que tiene y lo cuestionable de su funcionamiento democrático, como el hecho de que 5 países tienen derecho a veto en el Consejo de Seguridad, en ella estan representados 192 países del mundo, siendo un espacio mucho más propicio y plural que no un club selecto y elitista como sería el que reune al G-8 o al G-20.
El impacto en el sistema internacional no sólo se queda aquí, ya que también se están desequilibrando y dejando de lado espacios de cooperación y negociación regionales ya que el G-20 lo componen aparte de potencias industriales, también potencias emergentes y regionales, y esas potencias regionales, están dejando de lado progresivamente los marcos de cooperación más cercanos y que están institucionalizados, para centrar sus esfuerzos en marcos informales como son estos Grupos G.
Esta gobernanza por parte de unos pocos, está generando que las cuestiones que deberían resultar más importantes en la agenda internacional, como son la pobreza y las crecientes desigualdades a nivel mundial, se dejen de lado, en pro de los intereses económicos y del establecimiento de regulaciones de carácter neoliberal a través de las negociaciones que se dan en estos Grupos y que se implementan a través de organizaciones como el FMI o el BM.
En este aspecto la realidad demuestra que del G-8 han salido numerosas iniciativas que han agudizado el proceso de globalización económica. Las conclusiones de las Cumbres del G8 se han convertido a menudo en hechos en el FMI, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio. Un claro ejemplo son los Planes de Ajuste Estructural, impulsados desde el G-8 y aplicados con esmero por el FMI y el Banco Mundial y que tanto daño han hecho a las poblaciones del Sur. Otros temas como el de la erradicación de la pobreza, que también se han tratado parcialmente dentro de estos marcos, no han dado sus frutos, ni tampoco ha interesado aplicar reformas con tanto esmero como las regulaciones económicas acordadas dentro del marco de negociación de los Grupos G.
Estamos pues, delante de un proceso de consolidación de una hegemonía en el pensamiento internacional, basada en la defensa de unos intereses determinados por unas élites económicas y políticas, que se transmiten o se intentan transmitir como intereses de toda la comunidad internacional, aumentando así el malestar social en los países que son víctimas de estos acuerdos.
Por una justicia social y global
La gobernanza mundial está pues delante de grandes retos dentro del actual mundo globalizado y en crisis sistémica, la tendencia hasta ahora ha sido la del pragmatismo y del elitismo, por ello, la conclusión que extraigo, es que la actual gobernanza mundial debe democratizarse y debe tener como principales temas aquellos que tengan que ver con la pobreza y las desigualdades, es decir, con los problemas reales de las personas. También se deben ofrecer espacios realmente multilaterales de diálogo intentando involucrar a la población civil, ya que sólo en un mundo en donde las relaciones internacionales no estén jerarquizadas, y se olviden los intereses económicos, podremos encontrar respuestas contundentes contra los principales problemas que nos afectan a escala mundial. Ejemplo de ello son iniciativas populares impulsadas desde el movimiento antiglobalización, como el Foro Social Mundial, que muestran una manera de organizarse a escala mundial alternativa, desde la base, contraria al elitismo de los grupos G. No obstante por ahora, nuestro sistema parece estar muy lejos de ofrecer un sistema multilateral más igualitario basado en reglas y valores más justos en términos sociales, ya que entre otras cosas, el sistema de valores que impera en las relaciones internacionales es el del máximo beneficio.
En 1973, en este contexto de Guerra Fría, el Secretario del Tesoro de EUA, George Shultz, reunió a los ministros de finanzas de Gran Bretaña, Alemania, EUA, Francia y Japón. El lugar elegido de la reunión fue la biblioteca de la Casa Blanca y por esta razón se conoce al grupo con el nombre “The Library Group”. No se trató de un grupo formal –entendido en el contexto de informalidad de los grupos G- hasta la celebración de la Cumbre del Banco Mundial (BM) y del Fondo Monetario Internacional (FMI) que tuvo lugar en Nairobi en 1974 durante la cual el grupo se constituyó como el G5.
En 1975, en Rambouillet (Francia), el Grupo celebró su primera Cumbre durante la cual se añadió Italia como miembro de pleno derecho. Un año después, en 1976, durante la Cumbre de los 6 en San Juan (Puerto Rico), Canadá se añadió como miembro de pleno derecho al grupo, constituyéndose así, el Grupo de los Siete, G7. Unos años más tarde, durante la cumbre de Nápoles en 1994, y en un contexto de post-Guerra Fría, Rusia fue invitado como miembro observador del grupo, y en 1998, durante la Cumbre de Birmingham, fue aceptada como miembro de pleno derecho.
Respecto a esta última incorporación hay que decir que, dadas las características de este actor (en el momento de su adhesión Rusia no era una economía fuerte ni tenía una democracia occidental) algunos teóricos como Irene Khan, de Amnistía Internacional, apuntaron que la invitación para que formase parte del G7 se trató más de un gesto hacia el entonces presidente ruso Boris Yelstin, por gentileza de Bill Clinton, que no de un acto justificado internacionalmente. A partir de este momento debemos referirnos al grupo como G7+Rusia.
La llegada del G-20
La crisis asiática, con epicentro en Tailandia, de 1997-1998 y la cual fue considerada la primera gran crisis de la globalización, preanunció la crisis de 2001-2002 de la economía global y las cuantiosas pérdidas del capital accionario y especulativo en las principales plazas financieras del mundo, desenlace que confluyó con la propia crisis de las principales organizaciones económicas multilaterales. El FMI perdió el rumbo ante el fracaso de sus políticas frente a la crisis asiática primero y la Argentina después, y la OMC quedó paralizada después del fracaso de la reunión
ministerial de Seattle en 1999.
Todo esto fue caldo de cultivo (nuevamente) para que se creara un grupo como el G-20. Al mismo tiempo otros países de la periferia estaban surgiendo como actores importantes económicamente hablando, son sobretodo relevantes los casos de China, Brasil e India y, entonces, se entendió que para estabilizar la economía mundial, había que tener en cuenta a estas nuevas economías emergentes, y que por lo tanto las decisiones ya no podían determinarse solo entre los países del centro del sistema (G-7).
¿Qué significó y significa la aparición de estos grupos?
Que las principales discusiones que afectan al devenir de la gobernanza global, se dan en un marco reducido (club selecto) que integra a 19 países más la UE. Estos grupos como el G-7/G-8 o el G-20 son cumbres de consultas ad-hoc, donde se discute de manera informal temas de actualidad, y son marcos en donde no hay mecanismos de adopción de decisiones ni se llega a acuerdos vinculantes.
Además, hay que destacar como la proliferación de marcos de negociación, fuera de los organismos internacionales, desestabilizan los mecanismos regulados de adopción de decisiones de estos mismos, ejemplo de ello sería el papel que juega el G-20 dentro de la Ronda de Doha, y la evidencia de ello es que de los 147 miembros actuales de la OMC, no son más de 30 los países que negocian en la mesa chica, en Nueva Delhi, la cual procura destrabar la Ronda de Doha. Entre ellos se sientan los mencionados líderes del G-20 y actúan bajo lo “acordado” fuera del marco de la OMC. Aún y así no se ha conseguido sacar adelante la citada Ronda de Doha, y sigue estancado el proceso de liberalización de los mercados mundiales, ya que nada de lo que se ha discutido en el Grupo permite presuponer que el foro pueda ser capaz de presionar a la Unión Europea o a Estados Unidos para que disminuyan sus propias políticas proteccionistas.
Estos espacios no formalizados a su vez, ponen en cuestión instituciones como la ONU, la cual no está resultando ser el marco de diálogo habitual para los temas sobre la gobernanza global, que aún y tener los problemas que tiene y lo cuestionable de su funcionamiento democrático, como el hecho de que 5 países tienen derecho a veto en el Consejo de Seguridad, en ella estan representados 192 países del mundo, siendo un espacio mucho más propicio y plural que no un club selecto y elitista como sería el que reune al G-8 o al G-20.
El impacto en el sistema internacional no sólo se queda aquí, ya que también se están desequilibrando y dejando de lado espacios de cooperación y negociación regionales ya que el G-20 lo componen aparte de potencias industriales, también potencias emergentes y regionales, y esas potencias regionales, están dejando de lado progresivamente los marcos de cooperación más cercanos y que están institucionalizados, para centrar sus esfuerzos en marcos informales como son estos Grupos G.
Esta gobernanza por parte de unos pocos, está generando que las cuestiones que deberían resultar más importantes en la agenda internacional, como son la pobreza y las crecientes desigualdades a nivel mundial, se dejen de lado, en pro de los intereses económicos y del establecimiento de regulaciones de carácter neoliberal a través de las negociaciones que se dan en estos Grupos y que se implementan a través de organizaciones como el FMI o el BM.
En este aspecto la realidad demuestra que del G-8 han salido numerosas iniciativas que han agudizado el proceso de globalización económica. Las conclusiones de las Cumbres del G8 se han convertido a menudo en hechos en el FMI, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio. Un claro ejemplo son los Planes de Ajuste Estructural, impulsados desde el G-8 y aplicados con esmero por el FMI y el Banco Mundial y que tanto daño han hecho a las poblaciones del Sur. Otros temas como el de la erradicación de la pobreza, que también se han tratado parcialmente dentro de estos marcos, no han dado sus frutos, ni tampoco ha interesado aplicar reformas con tanto esmero como las regulaciones económicas acordadas dentro del marco de negociación de los Grupos G.
Estamos pues, delante de un proceso de consolidación de una hegemonía en el pensamiento internacional, basada en la defensa de unos intereses determinados por unas élites económicas y políticas, que se transmiten o se intentan transmitir como intereses de toda la comunidad internacional, aumentando así el malestar social en los países que son víctimas de estos acuerdos.
Por una justicia social y global
La gobernanza mundial está pues delante de grandes retos dentro del actual mundo globalizado y en crisis sistémica, la tendencia hasta ahora ha sido la del pragmatismo y del elitismo, por ello, la conclusión que extraigo, es que la actual gobernanza mundial debe democratizarse y debe tener como principales temas aquellos que tengan que ver con la pobreza y las desigualdades, es decir, con los problemas reales de las personas. También se deben ofrecer espacios realmente multilaterales de diálogo intentando involucrar a la población civil, ya que sólo en un mundo en donde las relaciones internacionales no estén jerarquizadas, y se olviden los intereses económicos, podremos encontrar respuestas contundentes contra los principales problemas que nos afectan a escala mundial. Ejemplo de ello son iniciativas populares impulsadas desde el movimiento antiglobalización, como el Foro Social Mundial, que muestran una manera de organizarse a escala mundial alternativa, desde la base, contraria al elitismo de los grupos G. No obstante por ahora, nuestro sistema parece estar muy lejos de ofrecer un sistema multilateral más igualitario basado en reglas y valores más justos en términos sociales, ya que entre otras cosas, el sistema de valores que impera en las relaciones internacionales es el del máximo beneficio.